sábado, 3 de julio de 2010

Ricos pobres… o ¡pobres ricos!

  • Aquel viejito escondía sus monedas de oro mientras iba abrirle la puerta a los vecinos que llegaban a regalarle comida.
  • Al casarse la tía Rafaela vivió rodeada de una pobreza deslumbrante a pesar de que su marido era dueño de extensas propiedades de gran valor económico.

Algo extraño pasaba al frente de la casa de don Ottoniel, el papá de doña Maristella. Su esposa todos los día iba a dejarle el platito con comida al vecino, un señor muy mayor, que vivía en una situación de pobreza extrema.

Este personaje vivía siempre en pésimas condiciones: mal vestido, en una choza sucia que más bien era candidata firme a caerse. Pero un trabajo de espionaje de don Ottoniel le permitió darse cuenta de un secreto quizás común para la gente… para alguna gente.

“Papá me contaba que él y mamá iban a dejarle la comida al señor en la casa de enfrente. Tocaban y tocaban la puerta y el señor no les abría. Entonces mi papá se fijaba por alguna de las rendijas que tenía esa casa, que eran muchas y veía algo que no podía creer…”.

“Era ese señor, apresurado, guardando un montón de monedas de oro debajo de la mesa para que cuando abriera la puerta supuestamente nadie se las descubriera. Ya ocultas las monedas iba y abría la puerta. Quién diría, decía mi papá, que ese señor era un millonario con traje de pobre”.

Tratando de averiguar las razones de aquel estilo de vida tan extremo e innecesario, doña Maristela solamente encontraba una razón: “Es que mucha gente que provenía del campo vivía así”, sentenció.

También en la familia

Una muestra veraz de que la historia del señor “pobre rico” no era exclusiva de él fue lo que aconteció en la vida de la tía Rafaela, hija de don Gaspar y doña María, abuelitos maternos de doña Maristela.

Cuando la tía se casó su nuevo hogar estuvo rodeado por la pobreza… O al menos eso es lo que parecía…

Para doña Maristela, la tía Rafaela llegó a vivir así por puro gusto, ya que el esposo tenía a su nombre grandes extensiones de tierra que valían muchísimo dinero. Entonces, la riqueza estaba en la tierra, mas no en lujos o cosas materiales que pudiesen deslumbrar su casa.

“Al menos había bueyes y trapiches, pero adentro de la casa definitivamente aquello no reflejaba la buena posición a la que podían aspirar. Por ejemplo, dormían en camastros, pudiendo comprar camas buenas”, señaló.

Por eso doña Maristela pasó muchos años creyendo que su tía Rafaela era muy pobre. “Imagínese que yo me di cuenta que tenía plata hasta hace poquito”, contó entre risas.

martes, 29 de junio de 2010

Las tres etapas en la vida de don Gaspar

  • Como agricultor dueño de sus tierras, confinado después a una severa depresión y recuperado después en su papel de rezador… Esa fue la vida del abuelito materno de doña Maristela.
  • Los hijos intervinieron y ya de grandes, aportaron una nueva motivación en la vida de don Gaspar Camacho y su esposa doña María.

Nadie sabía qué ocurría con don Gaspar. No decía si tenía hambre, si quería dormir, si quería salir… Solo su mirada perdida, tirada al vacío, era el reflejo de que hubo un golpe en su alma que le costó superar.

Así lo cuenta doña Maristela, su nieta. Y es que don Gaspar amaba la tierra, la cuidaba, la sembraba. La Legua de Aserrí, de donde era oriundo, fue testigo de cómo crecían las plantaciones de caña que él con mucho esmero cuidaba.

Era una persona buena, misericordiosa, relata doña Maristela, hasta que unos “amigos” se aprovecharon de su buen corazón y lo embarcaron en un negocio que lo dejó en bancarrota.

Esa gente lo buscó para que aportara sus terrenos como garantía y así obtener un préstamo. El problema fue que nunca honraron su deuda y al final los ojos de la justicia volvieron a ver las fincas de don Gaspar para quitárselas por completo… ¡vaya trago amargo!

Así, agarró sus pocas pertenencias y junto con doña María Jiménez, la abuelita de doña Maristela, dejaron el calor de La Legua para instalarse en San Rafael Arriba de Desamparados. Allí buscaban otro tipo de calor, el de la esperanza, el de las nuevas oportunidades que no se asomaban ni por la esquina.

Allí, la vida de don Gaspar se transformó. Su sonrisa se apagó y solo atinaba a sentarse en el corredor de la casa sin pronunciar una sola palabra. Nada de nada. Las agujas del reloj avanzaban y la vida del abuelito se le iba entre las manos.

Mientras eso ocurría, su afanada esposa, mujer buena, campesina, de gran humildad y sencillez, vivía en silencio la desventura de su marido, quien sufrió mucho con la pérdida de sus tierras.

La recuperación

Dicen que la vida ofrece nuevas y frescas oportunidades y eso aconteció en el destino de este matrimonio y particularmente en la vida de don Gaspar, gracias a la ayuda que sus propios hijos aportaron de manera abnegada.

Ya de grandes, la madre y los tíos de doña Maristela se encargaron de los abuelitos. Les adquirieron una casa en San Rafael de Escazú y de nuevo, el brillo y la sonrisa de don Gaspar renacieron. Era una nueva etapa de vida en la que se consagró como un devoto rezador del pueblo, cada vez que había un rosario.

La ilusión perdida la recobró y esa fama de rezador (atípica entre los hombres de la época) provocan que, hasta el día de hoy, la gente se acuerde de don Gaspar: “todavía un día de estos fui al asilo de ancianos de Piedades de Santa Ana y me preguntan que si yo soy nieta de Gaspar Camacho… el rezador”, comenta doña Maristela.

Y con todas estas etapas en su vida, don Gaspar vivió hasta los 96 años…

sábado, 12 de junio de 2010

La amenaza de divorcio más extraña del mundo

    • Narcotraficantes y locos atendían a don Orlando en su cama en el hospital. Al menos eso era lo que veía y así se lo contaba a su esposa.
    • Pobre aquel estudiante de Medicina… luego de una experiencia con sabor a trapeada sabrá cuáles son las formas para no meter las patas”.

Junio o Julio 1996.

…¡Maris!... ¡Maaaaaariiiiiissssss! Una voz ronca y gruesa irrumpía de esa manera el sueño de doña Maristela. Era su marido.

…¡Maaaaariiiisssss, soltáme! Doña Maristela se incorporó, sabía que su esposo debía permanecer amarrado a las barandas de su cama en el hospital, estaba convaleciente y cualquier roce indebido podría significar un quebranto en su salud… Y de nuevo el llamado…

¡Maaaariiiiisssss, si no me soltás, me divorcio de vos! Al final de cuentas doña Maristela nunca supo si aquella amenaza de divorcio fue cierta o era parte de una medida desesperada por zafarse de lo que le impedía el movimiento… pero de que es la manera más extraña jamás antes vista de hacerlo, eso sí era cierto.

Con firmeza, doña Maristela le respondió: “Pues vas a tener que divorciarte porque no te voy a soltar”.

De ese detalle don Orlando nunca se acordaría cuando estuvo plenamente recuperado… Ni de eso ni de la vez en que comparó a los doctores con unos narcotraficantes.

“Llegó un momento en el que mi marido perdió la lucidez. Decía eso: que eran narcotraficantes (los médicos) y después que esos doctores estaban locos, que no sabían lo que estaba haciendo. Cuando se recuperó tampoco de eso se acordó”.

¡Tremenda regañada!

Muy probablemente don Orlando tampoco se enteró de la regañada literal que su esposa le dio a un estudiante de medicina que acompañó al grupo de doctores que veía su caso.

Doña Maristela recuerda que era de nacionalidad panameña, moreno, con una gabacha de blanco impecable… Pero todo lo bueno de su imagen se cayó de dos palmazos: resulta que mientras veía a su profesor auscultar al paciente, pareció sentir algo de cansancio y acomodó tranquilamente sus dos pies en la cama de don Orlando.

“Hágame el favor y quita sus tenis de la cama de mi marido. Usted no se da cuenta de que anda caminando por todo el hospital y aquí está lleno de microbios y bacterias y sus pies están tocando todo… Y usted viene con sus patotas a ponerlas encima de las sábanas”.

Aquel aprendiz de medicina quedó como palito de lora… ya se podrá imaginar… Pero ni volvió a asomar las narices por aquel pabellón… tampoco sus patotas…

viernes, 11 de junio de 2010

El mes en el que el Sol no salió

  • Primero, la aorta; luego, la pierna izquierda y para cerrar, una bacteria que le causó una pulmonía… mal momento para don Orlando.
  • Las gradas de la Unidad de Cuidados Intensivos del San Juan de Dios fueron la cama de doña Maristela durante muchos días…
Con un ojo abierto y otro cerrado. Esas fueran las noches de doña Maristela durante un mes completo, mes en el que don Orlando estuvo internado, muy delicado, en el hospital San Juan de Dios. “Yo todas las mañanas me despertaba y lo primero que hacía era llamar al doctor para ver si todavía estaba vivo. Así fueron mis días mientras él estuvo en cuidados intensivos”.

Don Orlando no las tuvo todas consigo en aquel momento. Ingresó por un problema en la aorta, que impedía la buena circulación de la sangre. Pero, de buen ojo, doña Maristela notó que luego de la operación algo no andaba muy bien que digamos…

¡Era el pie izquierdo de su marido! Sí, estaba frío, muy frío… No hacía falta ser médico para darse cuenta que aquello estaba mal y llamó al doctor que atendía a don Orlando. Al principio el médico ni pío dijo. Ella se fue para su casa pero con una espinita clavada. “Me llamó y me dijo ‘voy a revisarlo’.

Acierto para doña Maristela. Mientras don Orlando se recuperaba de la operación de la aorta, un coágulo se le fue hasta la pierna y eso le impedía el paso de la sangre.

Abrieron en la ingle y desde allí iban curando. “Parecía un plátano maduro aquello” rememora: “le ponían tantas cosas encima de la herida, que yo nada más veía y rezaba para que todo saliera bien.

Fue el buen ojo de su esposa el que permitió una reacción rápida de parte de los médicos para evitar implicaciones más graves, aunque se trató de una nueva operación dolorosa y la pérdida de la mitad del pie derecho de su esposo.

Un inesperado huésped en los pulmones

Pero la historia no llegaba a su fin. No se terminaba de recuperar don Orlando de la segunda operación cuando una intrusa bacteria decidió hacer casa en sus pulmones generándole una peligrosa pulmonía. Van de nuevo los doctores a correr, don Orlando a soportar y doña Maristela a pensar si su marido saldría bien librado de aquella nueva batalla.

Así fue, pero de la memoria de doña Maristela no se escaparán nunca las noches de frío, primero en las gradas de Cuidados Intensivos del hospital y luego, en una incómoda camilla que le prestaron para que conviviera con su esposo las ocho semanas en que estuvo internado.

Fue un mes completo en cuidados intensivos, durante el cual el Sol no salió. Pero valiente, al pie del cañón, allí estuvo doña Maristela, al lado de su marido.

Luego pasaron otras 4 semanas más en el hospital: “Orlando quedó como un Quijote de lo flaco, pero se recuperó de las tres operaciones que le permitieron vivir muchos años más”.

martes, 8 de junio de 2010

Los consentidos y chineados de don Otoniel

  • Su pasión, los libros, sí llegaron a tener buena calidad de vida: asoleadas diarias afuera de la casa era parte del chineo que dedicaba don Otoniel.
  • ¿Un billete arrugado? No, para nada. Todo debía guardar orden y disciplina… Así lo vivió su hija Maristela.
Doña Maristela veía con disimulado asombro aquella práctica de su papá… no la entendía, la respetaba claro está, pero al fin de cuentas no dejaba de generarle asombro…

Todas las mañanas don Otoniel salía de la finca donde la familia vivía en Santa Ana, se iba a la acera de enfrente y con dos sillas en sus hombros, las colocaba una a la par de la otra.

Acto seguido, traía unas tablas y las colocaba encima de ambas sillas, de manera que le sirvieran de soporte. Luego traía un puñado de libros los cuales acomodaba con especial atención sobre aquellas tablas que le servían de mesa improvisaba.

Acomodaba, uno a uno un grupo de libros y el resto se lo dejaba al Sol… Sí, al Sol, porque era tal el aprecio que don Otoniel sentía por sus libros que él todas las mañanas los sacaba de su biblioteca cerrada y los ponía a asolearse.

“Yo supongo que era para que no se humedecieran” cuenta doña Maristela. Ahí estaban entonces los chineados y consentidos de don Otoniel, recibiendo los rayos solares, el calor típico de Santa Ana y la mirada casi de fascinación de su hija quien comprendió que para su papá un libro era un tema serio… tan serio que ella llegó a adoptar una disciplina parecida.

“Papá tenía una pasión por sus libros: los cuidaba, los sacudía, los tenía en bibliotecas cerradas. Por eso a mí nunca me pasó por la cabeza descuidar un libro, Dios guarde los tocáramos con las manos sucias… ¡jamás!

¡Y también los periódicos!

De los chineados libros don Otoniel pasó al periódico. Este debía permanecer en completo orden… Luego la disciplina pasó a la manipulación del dinero… Porque cuando don Otoniel administraba el dinero que obtenía del negocio de camiones de autobuses, llegaba por la noche y se ponía a contar junto con doña Maristela y aquello era una nueva ceremonia.

Los billetes bien ordenaditos, acomodados todos con en una misma posición, las caras de los señores que aparecían en ellos tenían que estar viendo para el mismo lado incluso. Y si salía un billetillo rebelde que dejaba arrugar sus esquinas, de inmediato doña Maristela era la encargada de darle forma con un objeto metálico… hasta que quedara impecable y sin una sola arruga.

Estos fueron los consentidos de don Otoniel. “Entonces aprendí a ser igual: no me gustan los libros rayados ni marcados… Mis hijas se escandalizan porque yo leo un libro dos o tres veces y no lo subrayo. En cambio, Francia mi hija sí, todo lo subraya”.