- Aquel viejito escondía sus monedas de oro mientras iba abrirle la puerta a los vecinos que llegaban a regalarle comida.
- Al casarse la tía Rafaela vivió rodeada de una pobreza deslumbrante a pesar de que su marido era dueño de extensas propiedades de gran valor económico.
Algo extraño pasaba al frente de la casa de don Ottoniel, el papá de doña Maristella. Su esposa todos los día iba a dejarle el platito con comida al vecino, un señor muy mayor, que vivía en una situación de pobreza extrema.
Este personaje vivía siempre en pésimas condiciones: mal vestido, en una choza sucia que más bien era candidata firme a caerse. Pero un trabajo de espionaje de don Ottoniel le permitió darse cuenta de un secreto quizás común para la gente… para alguna gente.
“Papá me contaba que él y mamá iban a dejarle la comida al señor en la casa de enfrente. Tocaban y tocaban la puerta y el señor no les abría. Entonces mi papá se fijaba por alguna de las rendijas que tenía esa casa, que eran muchas y veía algo que no podía creer…”.
“Era ese señor, apresurado, guardando un montón de monedas de oro debajo de la mesa para que cuando abriera la puerta supuestamente nadie se las descubriera. Ya ocultas las monedas iba y abría la puerta. Quién diría, decía mi papá, que ese señor era un millonario con traje de pobre”.
Tratando de averiguar las razones de aquel estilo de vida tan extremo e innecesario, doña Maristela solamente encontraba una razón: “Es que mucha gente que provenía del campo vivía así”, sentenció.
También en la familia
Una muestra veraz de que la historia del señor “pobre rico” no era exclusiva de él fue lo que aconteció en la vida de la tía Rafaela, hija de don Gaspar y doña María, abuelitos maternos de doña Maristela.
Cuando la tía se casó su nuevo hogar estuvo rodeado por la pobreza… O al menos eso es lo que parecía…
Para doña Maristela, la tía Rafaela llegó a vivir así por puro gusto, ya que el esposo tenía a su nombre grandes extensiones de tierra que valían muchísimo dinero. Entonces, la riqueza estaba en la tierra, mas no en lujos o cosas materiales que pudiesen deslumbrar su casa.
“Al menos había bueyes y trapiches, pero adentro de la casa definitivamente aquello no reflejaba la buena posición a la que podían aspirar. Por ejemplo, dormían en camastros, pudiendo comprar camas buenas”, señaló.
Por eso doña Maristela pasó muchos años creyendo que su tía Rafaela era muy pobre. “Imagínese que yo me di cuenta que tenía plata hasta hace poquito”, contó entre risas.